9 de abril de 2012


“Y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe”
(1Jn. 2:27).

A primera vista este versículo plantea algunos problemas. Si no necesitamos que nadie nos enseñe, ¿por qué el Señor resucitado estableció maestros para edificar a los santos para la obra del ministerio? (Efe. 4:11-12)

Para poder entender lo que Juan está diciendo, será de gran ayuda conocer el trasfondo de su carta. Cuando la escribió, la iglesia estaba siendo acosada por falsos maestros conocidos como gnósticos. Estos herejes habían profesado alguna vez ser creyentes sinceros en el Señor Jesús y formaban parte de las asambleas locales. Pero al paso del tiempo comenzaron a promover sus falsas ideas acerca de la humanidad y deidad de Cristo.

Decían tener un conocimiento superior, de aquí les vino el nombre de gnósticos, de la palabra griega gnosis: “conocer”. Probablemente, el mensaje que transmitían a los cristianos sonaba así: “Lo que tienes es bueno, pero nosotros tenemos una verdad extra. Podemos llevarte más allá de las simples enseñanzas e iniciarte en nuevos y más profundos misterios. Si deseas llegar a la madurez y la plena realización, necesitas de nuestra enseñanza”.

Pero Juan advierte a los cristianos que todo esto es un engaño. No necesitan a ninguno de estos impostores para que les enseñen. Tienen al Espíritu Santo. Tienen la Palabra de Verdad y tienen maestros ordenados por Dios. El Espíritu Santo les capacita para discernir entre la verdad y el error. La fe cristiana ha sido una vez dada a los santos (Jud.1:3) y cualquier cosa que pretenda añadirse es fraudulenta. Los maestros cristianos son necesarios para explicar y aplicar las Escrituras, pero nunca deben ir más allá de lo que está escrito.

Juan sería el último en negar la necesidad de los maestros en la iglesia porque él mismo era un maestro por excelencia. Pero también era el primero en insistir en que el Espíritu Santo es la autoridad más alta, y que guía a Su pueblo a toda la verdad a través de las páginas de la Santa Escritura.
La veracidad de toda enseñanza debe ser probada por medio de la Biblia. Si alguna pretendida enseñanza es una añadidura y reclama igual autoridad, o no coincide con la Biblia, debe ser rechazada.
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7 de abril de 2012


“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”. (Heb_4:12a).

Un estudiante cristiano universitario testificaba a otro que venía de un seminario liberal. Cuando en el transcurso de la conversación el creyente citó un versículo, el seminarista le dijo: “No creo en la Biblia”. Un poco más adelante el cristiano volvió a citar otro versículo, pero el seminarista, incómodo, replicó: “Ya te dije que no creo en la Biblia”. La tercera vez que el cristiano citó un versículo más, el seminarista se puso tan nervioso que explotó: “No me cites la Biblia. Te he dicho ya que no creo en ella”. Para entonces el creyente se sentía completamente derrotado y frustrado. Pensó que como ganador de almas era todo un fracaso.

Aconteció que el Dr. H. A. Ironside había sido invitado esa misma noche a su casa a cenar. Estaban a la mesa cuando el estudiante cristiano compartió su experiencia decepcionante con aquel seminarista. Entonces le preguntó al Dr. Ironside: “Cuando está tratando de testificarle a alguien y éste le dice: ‘No creo en la Biblia’, ¿qué hace?” El Dr. Ironside contestó con una sonrisa: “Simplemente cito más de ella”. éste es un consejo excelente para cualquier posible ganador de almas. Cuando la gente dice que no cree en la Biblia, simplemente cítala más veces. La Palabra de Dios es viva y poderosa. Ejerce un poderoso efecto sobre quien la escucha aun cuando no la crea.

Imaginemos a dos hombres en duelo. Uno le dice al otro: “No creo que tu espada sea de acero verdadero”. ¿Qué sucede? ¿Acaso el otro entrega su espada y admite la derrota? ¿Le da un discurso científico sobre el contenido de carbón y la maleabilidad del metal? ¡Qué ridículo! La da una buena estocada a su oponente, y le deja sentir cuán real es su espada. Así sucede con la Biblia. Ella es la espada del Espíritu y hay que usarla, más que defenderla. Ya se defiende bien sola.

No niego que haya lugar para las pruebas de la inspiración de las Escrituras en la apologética. Estas pruebas son valiosas y útiles para confirmar la fe de aquellos que ya son salvos, pero sólo en muy pocos casos éstas ayudan a que la gente venga a la fe que salva. Por regla general, la gente no se convence por razonamientos o argumentos humanos. Lo que los hombres necesitan es que se les confronte con la poderosa Palabra de Dios. Un solo texto bíblico vale más que miles de nuestros argumentos e ilustraciones.

Esto destaca la importancia de memorizar la Escritura. Si no la memorizamos, el Espíritu no podrá sacarla a la luz en el momento oportuno. Pero la idea central es que Dios no ha prometido honrar mis palabras sino las Suyas. Así que al tratar con los inconversos, debemos usar generosamente la espada del Espíritu y observar cómo, por un milagro de la gracia, produce convicción y conversión. 
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6 de abril de 2012

Una ofrenda agradable a Dios


“Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; OLOR FRAGANTE, SACRIFICIO ACEPTO DELANTE DE DIOS” (Filipenses 4:18).

L
a carta de Pablo a los filipenses fue un reconocimiento a la ofrenda de amor que había recibido de los creyentes de Filipo. Probablemente se trataba de dinero. Lo sorprendente es la manera en la que el apóstol magnifica este obsequio. Lo describe como: “olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios”. En Efe. 5:2 utiliza una expresión similar para describir el gran don de Cristo ofrecido en el Calvario: “ofrenda y sacrificio de olor fragante”. Es impresionante pensar que una ofrenda dada por los hombres a un siervo del Señor se festeje con un lenguaje similar a aquel con el que se describe al Don Inefable.
J. H. Jowett comenta con gran elegancia al respecto: “¡Qué inmenso es, entonces, el significado de una bondad aparentemente local! Pensaban que ministraban tan sólo a un hombre pobre, y en realidad acudieron en ayuda del mismo Rey. Imaginaron que la fragancia estaría confinada a un estrecho e insignificante vecindario, y he aquí, el dulce aroma se esparció por todo el universo. Creían que trataban solamente con Pablo, y encontraron que ministraban al Salvador y Señor de Pablo”.
Cuando comprendemos la verdadera naturaleza espiritual del ofrendar cristiano y su amplio alcance de influencia, dejamos de dar a regañadientes o por necesidad. Nos inmunizamos para siempre contra los trucos de aquellos profesionales que extorsionan las conciencias de muchos levantando fondos recurriendo a toda clase de zalamería, patetismo o comedia. Descubrimos que dar es una forma de servicio sacerdotal y no una imposición legalista. Damos porque amamos, y amamos dar.
La verdad admirable de que mi minúscula ofrenda al Gran Dios llena de fragancia el salón del trono del universo, debe llevarme a adorarle humildemente y a ofrendar jubilosamente. La oportunidad de entregar mi ofrenda el domingo ya jamás será un deber aburrido o pesado, sino será un medio verdadero de dar directamente al Señor Jesús como si estuviera corporalmente presente.

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